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208. ——PEDAID BO suyos en el preciso momento de ser verdugos de su Primogénito. El primer tormento que en el mundo oprimió el corazón de la madre, fué la muerte del inocen- te Abel a manos del fratricida Caín. Vió Eva muerto a su hijo querido, y cuando el corazón buscó al verdugo, se encontró con otro hijo, cul- pable sí, pero... hijo suyo. ¿Qué haría uxquella infortunada madre, sino quedar inmolada ante las exigencias del amor maternal por el muerto y por el agresor? Aquello fué el principio de las tragedias del mundo causadas por el pecado pri- mero; pero si tuvo valor expiatorio para Eva que probó el amargo fruto de su prevaricación, no pudo ni borrarla ni redimirla. Llegó el momento solemne y todas las catás- trofes del mundo epilogáronse en la del calvario; moría Jesús, el hermano bueno y santo, sacrificado por sus hermanos pecadores; crucificado ante los ojos de su divina Madre, enajenada por-la intensi- dad del dolor. Era Jesús embeleso de aquellos purí- simos ojos guardados para exacerbar hasta lo indecible el tormento de la más pura criatura; Ella inclina amorosamente su gentil cabeza para besarlo; quiere reanimarlo con su aliento, mas nota que el frío de la muerte hiela sus labios de carmín. Ha sentido pasar la muerte victoriosa sobre Aquel que daba vida a los muertos; y la tersa frente, re- flejo antes del Eterno, y la tez marchita sin color ni brillo, y las pupilas, por donde Dios la miraba y donde Ella se veía, apagadas, dan a la pobre madre la medida de su tremenda desgracia. Je-

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