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EL DOLOR ELEVADO A SU VALOR EXPIATORIO 23 El dolor elevado a su valor expiatorio Pero todo lo dicho no pasaría de ser un bello sistema, una ingeniosa construcción moral para explicarse la "persistencia y la universalidad del mal aflictivo, supuesto el mal original de la cul- “pa, si de hecho Dios no hubiera intervenido dán- donos un valor expiatorio. Téngase siempre en cuenta que el pecado es, no solamente caída del hombre, desfallecimiento de su espíritu, rebajamiento de su dignidad, sino que, ante todo y sobre todo, es ofensa a Dios, ul- traje a su Majestad, desconocimiento de su Bon- dad y provocación a su Justicia. sta es la aver- sión al mal. Si existe diferencia entre el bien y el mal, Dios no puede ser indiferente a ella: ama necesariamente el bien y aborrece necesariamente el mal. Siendo Dios la regla suprema del bien y del mal, éste provoca de sí la reacción de la Bon- dad, que es la justicia y el castigo. El hombre, por tanto, necesitaba tener a mano la sanción aflictiva que compensara los derechos de la Bon- dad infinita desconocida por la voluntad rebelde; pero ningún hombre, ni reunión de hombres, ni to- dos los hijos de Adán sacrificándosen gigantesca hecatombe, podían ofrecer sanción infinita: atra- vesaban los siglos y llenaban los espacios con sollo- zos inacabables, y la Justicia de Dios se mantenía inflexible: persistía la culpa. En Dios solamente se hallaba todo lo necesario para salvar al hom- bre, y Dios fué quien tomó la iniciativa, estable-
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