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MARÍA AL PIE DE LA CRUZ de la Redención de los hombres; veremos cómo Ella corrobora con el silencio más amoroso las últimas y soberanas lecciones que el Redentor nos da al morir. En la tristísima escena que forma el desenlace de la vida mortal de Jesús, entre el abigarrado con- junto de amigos, enemigos y euriosos que asisten en el Calvario, resaltan dos mujeres principal- mente: María, Madre de Jesús, y María Magda- lena, la penitente. Distinta es la actitud de en- trambas, como diferentes son las razones que las aproximan a la Cruz; mientras Magdalena se nos aparece caída por tierra, como turbada en un pas- mo de dolor en que desfallece ante la muerte del adorable Maestro; la Virgen María, la mujer sin pecado, la Inmaculada, está de pies junto a la Cruz, dueña totalmente de sí, firme y embargada por un amor convertido en lacerante cuchillo para su corazón. En la primera se nota la efusión de un amor penitente que se ve desarmado ante la inevitable Jatástrofe; en la segunda descubrimos ternuras ma- ternales unidas a la expresión de una fuerza so- brenatural que la hace superior a todo, y la tiene fija en el suelo regado con la Sangre de su Hijo, como sobre un pedestal consagrado para el em- blema del Amor y de la Omnipotencia.
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