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VOLVAMOS A DIOS 379 nible. Donde los judíos vieron motivos de escán- dalo, que les sugería nuevos ultrajes, y los genti- les una locura, y los amigos una derrota lamenta- ble del Maestro, María vió la grandiosa realidad del alma de su Jesús que se sacrificaba libremen- te; vió el secreto de aquel Santuario que Ella cu- brió en la Encarnación con el velo purísimo de un cuerpo humano, rasgado ahora por todas par- tes; vió lo que nadie antes que Ella había visto, y lo que todos vemos después en virtud de la fe: la muerte de Dios: Dios muriendo por los hom- bres. Sí, ese misterio insondable la tiene fija, clavada, absorta, embargada de amor y de dolor, en un ac- to de suma adoración. Jesús afeado, denegrido, desangrado, escupido, era incognoscible para to- dos, menos para la Virgen que lo adora en aque- lla horrenda figura con más amor y fe que, cuan- do Niño lo besaba, lo estrechaba, en su regazo. Las almas débiles, de poca fe, necesitan las vi- siones del Sinaí o del Tabor para reconocer a Je- sús como Dios, y quererlo. La Virgen lo ve trans- figurado y hecho un leproso, gusano de la tierra, y hollado por todos; y así lo adora reconociendo el amor nobilísimo que llevó a su Jesús a tales exce- sos. Solamente los ojos de María pudieron ver la divinidad en aquel ser vilipendiado y muerto; nunca pareció más Dios que entonces; allí está Ella para decir al mundo que Dios ha muerto por redimirle; que no se avergiience de su muerte, porque es la muerte de Dios: Ella lo sabe; es su Madre.
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