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DOS GRANDES DESCONOCIDOS 220 hierros homicidas, habríamos percibido en su mis- mo manantial el dolor y la humillación. ¡Llora, lora, hermosa Nazarena, por el ho- nor y la vida de tu Hijo! Llorando, Madre mía, desde Belén al Calvario, has perfumado con tus lágrimas los caminos de nuestra vida y has san- tificado las amarguras de tus desterrados hijos ¡¡Oh, Jesús, Jesús, cuán sin medida y fuera de toda ponderación se recrecen tus morta- les congojas al ver a la Virgen así humillada!! ¡¡Ves cómo levanta para mirarte sus hermosos ojos ensombrecidos por el llanto, y cómo los baja luego oprimidos por la afrenta de verte des- nudo y ultrajado!! ¿Pudo llegar, Señor, tu Pa- sión más adentro que al Santuario Sacrosanto don- de guardabas en tu agonía, como suprema cari cia, el recuerdo y la imagen de tu Santa Madre? * * oe ¿Qué hacemos ante estos dolores y humilla- ciones de Jesús y de María los que los amamos de verdad? ¿Querremos todavía ser honrados por ese mundo necio que así deshonró a estos dos Seres divinos? ¿Protestaremos cuando nos nie- ga sus clamorosos hosannas, cuyo eco final es siempre el cruel crucifige? ¿Será condición de nuestra felicidad el que las gentes nos conozcan o nos ignoren? Qué bien conocía este lado luminoso de la san- tidad la incomparable amante de Jesús, Teresa, la de las divinas intimidades, cuando decía gra- ciosamente: «De malas razones nos libre Dios,

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