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274 PENSAMIENTOS SUELTOS portó su divino Corazón. Jesús había irradiado sobre María toda su gracia haciéndola Inmacu- lada; nacido de María, la había consagrado con caricias inefables y con infantiles besos; había vivido con Ella treinta años en la mayor intimidad, haciéndolo notar a todos en los días de su gloria para realzar el honor de su adorada Madre; Jesús amaba a su Madre como sólo Dios puede amar llamándose hijo suyo; y fi- nalmente, vió a esta Criatura purísima estigmati- zada con la condenación universal que a El lo llevó a la muerte. ¿No sufriría Jesús dolores inde- cibles cuando la vió al pie de la Cruz confundida entre sus verdugos y hecha blanco de la curiosi- dad de todos? Contemplemos, sí, cómo el impío género hu- mano, ebrio de orgullo y de furor, se alzó a ma- nera de gigantesco muro que obscureció la glo- ria del Hijo, proyectando negra sombra sobre su Madre, y ahogó sus afectos maternales sonro- jándola con el nombre más excelso que ha lleva- do mujer alguna, y profanando la gloria de su prodigiosa maternidad. ¿Quién alcanzaba en- tonces a discernir a estos dos seres aborrecidos y denigrados? ¿Dónde está su honra? ¡¡Ahb, los insultos que se lanzan contra el rostro de Je- sús pasan rozando la frente virginal de María! Si hubiéramos podido en aquel momento colo- car nuestro corazón en la acerada punta de los

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