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necesidad aplastadora: es la vuelta al orden que- rida por Dios y por nosotros. «El dolor, dice Sto. Tomás de Aquino, no es meritorio en cuanto pro- viene de un principio exterior al paciente, sino en cuanto se hace nuestro por la voluntaria acep- tación Dios nos aflige para perdonarnos, y nosotros besamos la mano de Dios y la humedecemos con lágrimas ardientes, expresión de la pena que sen- timos de haberle ofendido. La diferencia entre buenos y malos no está, pues, en que unos sufren y los otros no ni en que unos u otros no graviten en la órbita de la sobe- rana Justicia, sino en que los unos expían, se pu- rifican y se redimen; y los otros se endurecen y se obstinan en el mal de culpa, por no querer re- lacionar prácticamente con él los males de pena que padecen sin mérito. Los unos con sus dolores fatales van a parar al Dios justiciero y terrible, y los otros con sus dolores voluntarios van a dar en el seno de Dios Padre misericordioso. Por el pecado caemos en el dolor que es pena, y por la aceptación del dolor, en la pena que es medicina y redención. Así salvamos el efreulo de hierro en que se agitan los que ni temen ni aman a Dios, y salimos a campo abierto donde nos es dado lu- char y sufrir, vencer y redimirnos.
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