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DOS GRANDES DESCONOCIDOS 273 Pero ¿cómo habría muerto en la Cruz si los hombres, no lo hubieran desconocido? ¿Qué otro precio hubiera dado por nuestra soberbia impía? Estas humillaciones y estos oprobios son la garan- tía más estable de sus perdones y de sus amores a los hombres. Son tan indignos de su Soberana Majestad, que ya no tenemos recelo en creer todos los excesos del Corazón divino en su trato con los amigos, viendo cómo se dejó ultrajar por los enemigos. ¿Cómo la Madre Santísima de Jesús hubie- ra podido quedar con un solo destello de gloria ante el eclipse total del honor de su Amado? Al igual que su divino Hijo fué ella desconocida. Cuando el mundo creyó en la culpabilidad de Jesús y lo llevó al patíbulo infame, María quedó cubierta de increíble vergienza; parecía, ante los ojos de todos, cómplice en los delitos imputados al supuesto reo. Pero era esto necesario para su oficio de Corredentora del mundo. María se dejó envolver sin reserva en la atmós- fera de mentiras y de insultos que mancharon el nombre de Jesús; Ella fué al Calvario y saboreó hasta las heces el desconocimiento de los hombres. Meditemos un momento en la situación hu- millante creada a la Virgen en los días de la Pa- sión y Muerte de su divino Hijo, y descubriremos sin esfuerzo que, al mismo tiempo que lo regala- ba tiernamente con su maternal presencia, le oca- sionaba uno de los dolores más acerbos que so-
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