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RECAPITULANDO 269 Recapitulando Vencidos por las consideraciones que preceden, podemos proclamar en alta voz, con el regocijo en el alma y la esperanza en el corazón, que el úl- timo esfuerzo hecho por el Divino Redentor para asegurar nuestra eterna salvación, fué, al morir, dejarnos por madre a su Santa Madre, entregán- dole la dispensación de sus infinitos merecimien- tos, anticipándose a las exigencias de su tremenda justicia ante las resistencias de nuestro orgullo y los olvidos de nuestro corazón. Más fuerte que eso y que la rebelión impía contra un Dios tan bueno, es el amor de María, el amor de la Madre, de la Madre común de Dios y de los hombres; y del amor de la Madre depende la distribución de las gracias. Ella, que fué el principio de la corrien- te, la mantiene encauzándola sin intermitencias; Dios, que hizo su virginidad tan fecunda que pro- dujo el árbol de la Redención, no le había de ne- gar el honor de disponer de sus frutos. ¿Puede dársenos garantía más segura y más firme y más amorosa de nuestra justificación y de nuestra salvación? Hace veinte siglos que el mundo cristiano llama Madre a la Virgen santísima, y con ese nombre, el más expresivo de cuantos nombres declaran amor y ternura y solicitud, confiesa su fe en Ella como vida espiritual de las almas; confiesa que el mundo es suyo por derecho de herencia parti- cipado graciosamente del derecho divino adqui-

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