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268 LA REINA DEL CIELO Mas, a la manera que Adán y Eva, como prin- cipio único y solidario, nos transmitieron la res- ponsabilidad en el pecado y la corrupción original que nos obliga a luchar diariamente contra sus consecuencias para evitar nuestros pecados per- sonales, de igual modo, por la aplicación indivi- dual y ocasional de los méritos de Jesucristo y por la cooperación solidaria de su Santísima Madre, recibimos la gracia y cuantos auxilios necesita- mos para conservar nuestra vida espiritual. No hay que olvidar jamás la porfiada lucha que se nos impone contra el mal para mantenernos in- corporados a Cristo, si hemos de venir en conoci- miento de la amorosa mediación que la Virgen ejerce para cada uno de nosotros y en cada uno de los pasos difíciles que hemos de atravesar. La vida espiritual, como la vida material, re- clama la continuidad como condición absoluta- mente esencial; la interrupción de esa continuidad es la muerte del cuerpo o la muerte del alma. La vi- da del anciano octogenario es la misma vida del germen vital embrionario. La santidad más ele- vada, la vida espiritualmente más perfecta, no es sino la continuación del impulso sobrenatural que comenzó con la gracia santificante; es preciso alimentarla sucesivamente, y ese es el oficio en- comendado por Dios a María, el de Madre que nutre, sostiene, defiende y desarrolla la vida so- brenatural que, en germen, está en la Sangre di- vina de Jesús.

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