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EL DOLOR NO ES UN FENÓMENO FATAL 21 seríamos indignos de ella; no con su justicia, por- que no habría en nosotros culpa que castigar; no con su misericordia, porque no siendo culpables no hay lugar al perdón, aunque sea gracioso. Pero en cuanto hacemos intervenir a Dios y con El al orden moral en la tragedia inacabable del género humano, y sabemos que el Señor está im- teresado en vindicar su gloria a costa de nuestros dolores, y oímos su voz de Padre ofendido que exige compensaciones y las anuncia, luego nos ilumina la luz de lo divino y comenzamos a ver el lado hermoso de nuestras penas. Ninguna de ellas, por grande que sea, si no es en algún modo voluntaria, puede devolver a Dios lo que la ro- belde voluntad le arrebató: sentimos que pode- mos querer nuestros padecimientos, y aun buscar- los de intento para contrapesar el mal de la culpa, y luce a nuestros ojos, cansados de llorar, el día esplendoroso de la redención. El dolor castigo, se convierte en dolor expiación: nos habla de un Dios que quiere perdonarnos, y que para ello ordena que la tribulación nos asedie, y no poda- mos huir de su presencia divina manifestada en esa exigencia adorable de la Justicia soberana: son la pena y la justicia que se dan cita por todos los caminos de nuestra vida. No es la justicia inmanente que han ideado los que huyen despavoridos de la Justicia personal de Dios: no es ese mito panteístico, solapada for- ma del determinismo de la desgracia, y del capri- choso juego de ciegas fuerzas, donde no intervie- ne ni el amor ni el odio, sino lo necesario con una

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