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terial que se ofreció a la omnipotencia de Jesús en su vida pública, fué la falta de vino en las bo- das de Caná. El Hijo de Dios había ido a ellas pa- ra santificar el hogar, para divinizar el principio de la generación de los hijos de los hombres, el matrimonio; va a ejecutar un milagro eminente- mente simbólico, convirtiendo en vino exquisito el agua que le ofrecen; pero no lo hace sino a ins- tancias de su Madre, que está allí para mediar oportunamente entre la necesidad de los dueños de casa y el divino convidado. Cuando María interviene, Jesús anticipa la hora de los prodigios convirtiendo el agua en vino. Este fué el preludio de las gracias que el divino Nazareno otorgó con larguísima mano a los hom- bres por todos los caminos de Galilea y de Judea, hasta llegar a los días luctuosos de su ignominio- sa muerte. Triunfantes la calumnia y la perfidia de sus implacables enemigos, Jesús va a morir, pero antes llama desde la Cruz a su querida Madre, la señala a la atención del mundo y le entrega su Obra consumada, que no es sino el sello de todas las iniciativas encomendadas a aquella Mujer ad- mirable: «Ahí tienes a tus hijos Era el momento supremo en que estaba vincula- do todo el éxito de la Encarnación y de la vida entera del Hijo de la Virgen. Cierto es que cual- quiera obra o el más pequeño padecimiento de Jesucristo hubiera bastado, como dice Sto. To- más, para redimirnos; pero por voluntad expresa de Dios y aceptación magnánima del divino Re- dentor, sólo la muerte, y muerte de Cruz, sería el

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