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250 REINADO DE JESUCRISTO ellas en un reino de amor, obedecen a leyes sugeri- das por el amor, crecen cada día en este amor y crece la gracia del Rey amoroso que las gobierna, y vienen a constituir en el mundo un dechado vivo de una voluntad enérgica que puede lo que quiere. ¿Que más podríamos decir del Reino de Cristo? ¿Por qué tener a mucho que él no tenga fin, como anunció el Arcángel a la Madre dichosa del divino Rey? Ni pueden faltar los títulos en que se funda, ni puede degenerar en tiranía; ni los que obedecen se abaten, sino que se subliman, porque, «servir a Dios es reinar»; ni puede temer la contradicción de los poderosos; porque ya la tiene de sobra ven- cida. Aunque cada generación que llega quiera hacer la experiencia de substraerse a su gobierno, el tiempo y las desgracias y las revoluciones la obligan a mirar hacia El, y retroceder en sus ex- travíos. Para que nada falte a la grandeza y a la estabili- dad del trono de Cristo, tiene Este en la tierra su augusto representante, cuyo cetro es la Cruz; que ha probado el ostracismo y la muerte, y ha sido superior a la conjura del mundo y del infierno. Reina, pues, Jesús, y reina desde la Cruz, y su Rei- no es eterno. Reina en la tierra, a despecho de los que no le reconocen, pero amado hasta la pasión, hasta la adoración, por multitud de gentes que an- sían probarle su lealtad con sacrificios; a quienes no bastan los mandamientos que impone la Ley San- ta, sino que se anticipan a sus deseos y siguen sus consejos. Así Jesús es Rey del pueblo escogido; esa es la gloria y el honor que su pueblo le da. Los
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