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LEY DE GRACIA 249 bueno. Por no tener la ley humana este doble poder de guiar la razón e inclinar la voluntad, sucede, a veces, que lo vedado despierta más el apetito de hacerlo; y lo mandado enajena la voluntad de cumplirlo, y así la ley, en vez de hacer bien, hace mal, porque no llega a reformar nuestro querer. Será perfecto, por lo mismo, el legislador que, a una con establecer reglas de bien obrar, sea po- deroso para sostener y reformar la voluntad que las ha de cumplir. Tal es Jesucristo, Rey y Le- gislador; por eso se llama la suya LEY DE GRA- CIA; porque no solamente nos dice que haga- mos esto o aquello, sino que lo amemos; y nos da gracia para amarlo. La una es ley para extraños, la otra es ley de hijos. El santo Evangelio, código moral del Reino de Cristo, contiene preceptos nuevos y renueva y confirma los de la ley de na- turaleza y mosaica; pero lo principal de su fuerza está en que, a una con la ley, Jesucristo nos comunicó sus méritos y la gracia que de su espí- ritu se derrama en el nuestro, y sana nuestra alma y la endereza de sus torcidas aficiones, y esculpe en ellas con fuego de amor divino la misma ley, haciendo que lo justo que ella nos manda nos sea sabroso, y aborrecible cuanto ella veda. Confor- me va creciendo en los que le siguen este amor y afición, va disminuyendo la contradicción de la corrompida naturaleza; y lo que a los reacios pa- rece imposible, es agradable a los mejores, hasta hacerles desear continuamente mayores esfuer- ZOs por amor a su Rey. Esta es la escuela de las almas próceres de que hablábamos poco ha; viven

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