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248 REINADO DE JESUCRISTO Por la misma razón de su cualidad de Rey de amor, Jesucristo fué ejercitado más que ningún otro hombre en la experiencia de trabajos y dolo- res humanos, como largamente dejamos apuntado en las lecciones precedentes. «Convino, dice San Pablo, que el Pontífice nuestro para con Dios, fuese en todo igual a nosotros menos en el pecado; para que así se compadeciese de nosotros”. En lo cual no se sabe qué admirar más, si el entraña- ble amor de Dios dándonos un Rey tan a la me- dida de nuestra pequeñez, o la infinita bondad y paciencia de nuestro Rey divino, que no sólo para animarnos en nuestros trabajos, sino también para saber condolerse de ellos, tuvo por bueno ha- cer prueba El en sí primero de todos. ¿Qué no podría esperarse de los que gobiernan a los hombres, si, súbditos ellos a su vez de Jesu- cristo, pusieran amor y ternura como de padres en los que han de obedecerles? ¿Qué tal serían las leyes que dieran si fuesen inspiradas siempre por el bien de sus subordinados, y no por viles egoísmos y despreciables intereses personales? Porque también para forjar leyes y regir pueblos el gobierno de Jesucristo es modelo y guía, y, ade- más, prueba de amor y de fuerza soberana. El oficio de la ley es llevar a los hombres a lo bueno y apartarlos de lo malo; lo cual puede hacerse de dos maneras, o ilustrando el entendimiento o afi- cionando la voluntad; las leyes humanas intentan lo primero, dando mandamientos y reglas, pero no pueden llegar a la voluntad para reparar en ella el gusto perdido para el bien y despertar el apetito a lo
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