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LEY DE GRACIA 247 del pecador que ya se consume en sus iniquidades, y del desgraciado que ya se cae como rota caña. No quieras temer, hija de Sion, decía el profeta Zacarías, he aquí que viene tu Rey justo y salva- dor y humilde». Aunque parezca al juicio del mundo que esta condición de mansedumbre no es la más a propósito para reinar, no son los mis- mos los juicios de Dios, sino que es la condición más sabia para la belleza y armonía de tan pode- roso y excelso Monarca; porque toda la eficacia de su gobierno y la abundancia de los inestimables bienes que nos trae, se nos comunican por medio de la fe y del amor que tenemos en El, y nos unen a El. No era posible que un pecho flaco y mortal, que considerase la grandeza sin igual de Cristo, se le aficionara con aquel familiar y tierno amor con que quiere ser amado, si no lo viéramos no menos humilde que grande, y si, ya que su majestad nos encoge, su inestimable llaneza, su amable noble- za y humildad no despertaran osadía y esperan- za en nuestra alma. Los mundanos no entienden esto por ver casi siempre altivez y severidad en los que mandan; juzgan que la humildad y llaneza son impropias de ellos; no reparan siquiera que Dios mismo, en el gobierno del universo mundo, no desdeña las cosas pequeñas sino que, como dice Fr. Luis de León, «desciende con su provi- dencia soberana aun en la obra del yil gusanillo, y matiza con mil graciosos colores las plumas de los pájaros, y viste de verde las hojas de los árbo- les; y lo que el hombrecillo pisa desdeñosamente, los prados y los campos, aquella Majestad no se desdeña de irlo pintando con yerbas y flores”.
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