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241 REINADO DE JESUCRISTÓ molesto, y no se le obedecerá en conciencia. La mejor garantía del orden social es el reconocimien- to, por los que mandan en la sociedad, de ese po- der trascendental, ajeno de todo punto a las dis- putas de los mortales e independiente de los ca- prichos de los pueblos. - Entre los recios males y graves transtornos que lamentamos en los tiempos presentes, el mayor de todos es el descrédito de la autoridad; es decir, desconocimiento absoluto de los imprescriptibles derechos que todo legíti- mo superior tiene sobre sus subordinados para el bien común de todos ellos. Es un caso gravísimo, pero lógico, dentro de los acontecimientos que ha tocado presenciar a las generaciones que van su- cediéndose desde hace un siglo hasta hoy; se ha desconocido por los que mandan la soberanía de Jesucristo, a título de independencia del poder ci- vil; y, abriendo un abismo entre Dios y los Esta- dos modernos, en mala hora emancipados de la ley divina, hase desechado la sumisión debida a la autoridad dé Cristo y de su Iglesia, precisamen- te en el orden moral, que es el fundamento insus- tituíble del orden político; se ha predicado en to- dos los tonos que el poder de mandar emana del pueblo, que la soberanía es atributo de todos; y el pueblo, esa masa anónima que se denomina opos, ha reivindicado su poder en cuanto la auto- ridad que delegó le ha sido molesta. Nadie se man- da a sí mismo sin reservarse el derecho de cambiar sus resoluciones; quien delega la autoridad puede retirar el mandato cuando le plazca, y declararse soberano de por sí; por eso se ve la Revolución en

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