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240 REINADO DE JESUCRISTO aristocracia, así como en el cielo hay muchas y distintas mansiones que corresponden en justicia a los diversos servicios prestados al Señor. Es cosa muy de notar que siendo los hombres tan ambiciosos de distinguirse en cualquiera cosa que emprendan, sea para ganar dinero, o para ga- nar honra y provecho, sólo en achaques de virtud, en la sublime pretensión de servir al Señor se con- tentan con la vulgaridad, con medianías, y con quedarse con lo estrictamente necesario para no ser excluídos del Reino de la gloria. Los antiguos monarcas tenían siempre su corte elegida entre los que más se habían señalado en el servicio del trono; generalmente todos los títulos de nobleza provienen de hazañas guerreras, de heroicas ges- tas ejecutadas por vasallos bajo las banderas de la Monarquía. ¿Se tendría la pretensión de que el rey estimara en la misma medida a quien jamás hizo otra cosa que vegetar en los cuarteles o es- tarse seguro a retaguardia o, a lo más, cumplir mediocremente su deber en el puesto que se le se- ñaló, que al esforzado soldado o capitán que expu- so bravamente su vida para defender la bandera propia y arrebatar la ajena de manos del enemigo? ¿Podrá una República contar entre los simples ciu- dadanos a quien sacrificó su reposo y su vida y su hacienda por levantar el crédito de la patria y en- sanchar sus dominios, como si fuese un pedestre ciudadano que jamás sacrificó un minuto de su sueño por el bien público? Pues Dios, que es la misma Justicia, que no deja sin galardón ni un vaso de agua dado al pobre por
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