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bo -- Sr LOS HIPÓCRITAS Y LOS INTERESADOS vada de la vida religiosa, vecino al Nirvana del Budismo. En todo lo cual late escondido el miedo, y trabaja, para disimularlo, la hipocresía más refi- nada. Todo menos un Dios personal hecho hom- bre. En quitando a Jesús su divinidad, y con ella su cualidad de Rey, se desconoce su poder para mandar y para legislar en las conciencias; en ha- ciéndole parecer como un hombre, el mundo mo- derno ya no tiene el menor inconveniente en pro- clamarse cristiano. Ha creado un Cristo a su gus- to, una especie de ídolo que satisfaga a las exigen- cias religiosas, sin que se imponga con ningún yu- go a la conciencia moral. Tal Cristo no ha procla- mado ninguna ley, no obliga a la confesión de los pecados, no pide abnegaciones ni sacrificios, ni siquiera prescribe la oración que significa depen- dencia de un Ser supremo, sino que bastan las di- vagaciones quiméricas de la mente y del cora- zón por la región de lo desconocido. ¿Quién podrá espantarse de un Cristo así? ¿no conmueve y arre- bata su encantadora figura, sobre todo por lo aco- modaticia a las exigencias del corazón humano corrompido y vencido por todas las pasiones? Tal es la religión de los hipócritas que, contentos de haber destronado al Rey, lo guardan en el pan- teón de los ídolos que ha fabricado para su uso la razón de los mortales. Ya les precedió en esto el emperador filósofo Marco Aurelio. Pero esta creación convencional ¿satisface a las almas grandes, o aterroriza a las abyectas? Ni lo uno ni lo otro. ¿Qué terror infundirá un Cristo de tal laya a los hijos altaneros, a los
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