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A AAA 232 REINADO DE JESUCRISTO cerrándole el paso a las inteligencias de los niños, y valiéndose del conocimiento que tenía del Cris- tianismo para destruirlo y corromper a los cristia- nos, no han faltado jamás en el mundo rebeldes y apóstatas perseguidores, a quienes molestaba, no precisamente la divinidad, teóricamente acep- tada, de Jesús, ni la pureza y santidad reconocida de su doctrina, sino su Señorío; es decir, la autori- dad soberana con que se impone a los entendi- mientos y a los corazones, a los individuos y a los pueblos, a los reyes y a los súbditos. Desde el em- perador Constancio, fautor empedernido del Arria- nismo, hasta Enrique IV de Francia y Federico Il de Alemania; desde José II de Austria hasta Na- poleón, y después todos los reyes y gobiernos li- berales que rechazaron con desdén la soberanía espiritual de la Iglesia, tachándola de intrusa, por- que cumplía con el ministerio que el Rey inmortal de los pueblos le había encargado en favor de las al- mas, que no tienen nacionalidad política, pero sí destinos eternos, han desfilado por la tierra los celos y las envidiosas competencias contra Jesús; arma- dos unas veces de la fuerza, otras de la astucia, otras del dinero y del engaño; siempre en nom- bre at: de supremanto do do noráo de Estado. o de la razón individual, empeñados en arrojar lejos el yugo de la autoridad de Cristo: <Dirumpamus vincula eorum et ejiciamus a nobis jugum ipsorum> es el grito. Tal fué la razón del Cisma de Oriente que dividió el Reino de Cristo; tal, la proclama impía del Cisma y de la herejía de Occidente en los labios sa- crílegos del apóstata Lutero y del teólogo coro-
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