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LOS REBELDES 231 ligión sublime y espiritual; en una palabra, este Rey reina en las catacumbas lo mismo que a la luz de la civilización cristiana. Su Reinado no es un éxito pasajero, fruto de lo que es nuevo y grandioso; tiene en su defensa la tremenda prue- ba del tiempo que ha volcado tantos reinos, y deshecho tantos nombres, y aventado tantas ilus- tres cenizas. Todo cambia en la tierra; lo nuevo seduce, lo viejo se desecha. Nadie más que la Doe- trina y el Poder de Cristo, Maestro y Rey, podían temer la prueba de tiempo, porque se proclaman eternos e irritan por lo mismo a la razón humana que lo juzga y renueva todo. Es para todas las ra- zas, para todos los climas, para todas las na- cionalidades; y ha vencido maravillosamente to- dos los obstáculos que esta universalidad acarrea para cerrar el paso a lo que, por ser divino, es eter- no. Los rebeldes ¿Podríamos creer, conociendo a los hombres, que esta soberanía espiritual no hallaría oposito- res rebeldes y cobardes desertores entre los que han conocido a Jesucristo, y, por el bautismo, se declararon un día vasallos suyos? Sería can- doroso. Desde el primer perseguidor cristiano, que se llamó Juliano el apóstata, a quien Cristo estor- bó en cuanto subió al trono imperial; desde que este miserable tránsfuga intentó vencer al Galileo

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