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228 REINADO DE JESUCRISTO organizada también con su culto y sus institu- ciones, que eran el cimiento del Imperio y la con- sagración del poder político; sentiríase éste, tarde o temprano, socavado por las doctrinas de liber- tad espiritual que sacaba a las almas del alcance de los Césares, y se originaría, inevitablemente, el encuentro brutal entre la conciencia y la fuerza. El Imperio estaba divinizado por el paganismo; el paganismo satisfaciía bastante bien las exi- gencias de sus adeptos, puesto que divinizaba sus apetitos y consagraba con el ejemplo de los dioses de su Olimpo cuantas pasiones bullen en el cora- zón humano. Mientras el reino de Cristo progresaba con- quistando para sus dominios las almas nobles, lo selecto de la aristocracia y de la plebe, y admi- tía en su seno a los esclavos, que adquirían, por este solo hecho, un título decisivo a su manumi- sión, el reino pagano se precipitaba en la decaden- cia y preparaba los días vergonzosos de Tiberio y de Calígula y de Nerón, hasta convertir el vas- to Imperio en pedestal de un solo hombre, el más audaz o el más abyecto, que como dios disponía de la honra, de la vida y de la conciencia de todos; no quedaría más libertad ni más grandeza que la de morir o dejarse matar. Pues en este suelo se afirmó definitivamente el Señorío augusto de Jesucristo; en nombre del cual los cristianos supieron morir, durante tres siglos, entre tormentos horribles, afirmando lo que Pedro había dicho ante el primer tribunal le- vantado para hacerle callarse: «No puedo: antes
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