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224 REINADO DE JESUCRISTO Comenzaron por lo mismo las emulaciones desde el momento en que se anunció el nacimiento de Cristo Jesús. El intruso Idumeo que reinaba en Judea por gracia del César, se sintió amagado en su usurpado trono, en cuanto supo que, en lugar escondido de su territorio, sin permiso suyo, había nacido el Rey de los Judíos, y que las naciones de Oriente venían a presentarle vasallaje y ofrecerle dones por medio de sus sabios y magnates. La historia señala a la execración de todas las gen- tes la monstruosa crueldad de aquel envidioso coronado que, para herir en la cuna al competi- dor recién nacido, ensangrentó las cunas de todos los niños de Belén y de sus cercanías, sin lograr su miserable intento. No menos que el Idumeo, vendido al extranjero opresor del pueblo de Dios, recelaron de Jesús los patriotas, los escribas y fariseos de aquel pueblo empeñado en torcer los designios de Dios sobre Israel, cuando vieron que el Nazareno, que había salido a predicar su reino sin permiso de Herodes, contradecía sus expectativas de hegemonía te- rrena universal, y anunciaba la salvación del mun- do sin contar con las enojosas trabas de la ley ri- tual mosaica. Exaltóse su orgullo; armaron toda suerte de celadas al Maestro Divino, hasta impu- tarle que intentaba destronar al César; y ésta fué la acusación que inclinó el ánimo vil y cobarde de Pilatos para condenar a quien reconocía y pro- clamaba inocente; el miedo de perder la gracia del César pudo más que la voz austera de su con- ciencia de magistrado. Tan antigua es la competencia suscitada por las
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