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DIOS Y EL CÉSAR 223 Cristo sobre el pavés en toda la redondez de la tierra; sin el menor alarde de fuerza, sin que El ofrezca cosa que pueda sobornar la voluntad de los electores; antes al contrario, diciéndoles que «quien ha de ser suyo debe renunciar a sí mis- mo, tomar su Cruz y seguirle»; que es preciso re- nunciar a los afectos más naturales y legítimos, si alguna vez se ponen en contradicción con los intereses de su gloria; que no quiere dar a los suyos bienes de la tierra, sino que les reserva, para des- pués de la muerte, los bienes del cielo. Pues así ha seducido Jesús a la flor del género humano; así ha fundado su Reino; así reina, por amor y con amor jamás superado; y es correspondido hasta el sacrificio de las más caras afecciones. ¿Puede darse soberanía más elevada en su ori- gen, más gloriosa en su manifestación, más sólida por sus dominios, más garantizada por la. volun- tad de los vasallos? Tenemos un Rey cuyo imperio es indiscutible, universal, perpetuo, que lo abar- ca todo en el tiempo y en el espacio; «Christus heri, hodie, ipse et in soecula Dios y el César ¿No contó el Hijo de Dios con los poderes de la tierra para establecer en ella su reinado? No. Lós reyes de la tierra debían ser súbditos del Rey que venía del cielo. Verdad tan clara y evidente, como contraria al humano orgullo, a quien los límites del poder que ejerce estorban e irritan.

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