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REINADO DE JESUCRISTO efectivamente, vasallos de este Rey magnífico por derecho de victoria. Nos rescató con su San- gre preciosa. Eramos cautivos del pecado y escla- vos de satanás; El nos dió la libertad y títulos su- ficientes para entrar en su reino, que es el de los hijos de Dios. Y de tal manera se honra Jesús con este título, que apenas hace valer otro de los in- numerables que posee; mientras no lo pudo ex- hibir en su cuerpo con los blasones inmortales de sus sangrientas llagas y de su muerte afrentos: , no comenzó a ejercer ese hechizo todopoderoso que desde la Cruz se nota, atrayendo todo a sf con la fuerza admirable del Amor Crucifi sado. Así conquistó el mundo, y añadió otro título que reafirma su señorío: Cristo no ha pretendido ganar nuestras tierras, ni nuestrós bienes, ni nues- tros cuerpos, sino nuestras almas; y lo ha con- seguido. Su verdad señorea las inteligencias más precla- ras; su amor, los corazones más nobles; su gracia dominadora, sin oprimir nuestra libertad, nos transforma y nos dignifica y nos subyuga con infinita suavidad: Jesucristo, por atraernos, pór conquistarnos, tomóse con todos los enemigos de nuestra alma, puso su vida por la nuestra, y la per- dió, haciendo lo más que puede hacerse por aque- llos a quienes se ama. Así se granjeó otro título del que ningún gobernante de la tierra se puede ufanar para sentirse soberano de un pueblo. No ha habido ni habrá elección, ni sufragio más es- pontáneo, ni más puro, ni más universal, ni más ardoroso que el sufragio universal que levanta a

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