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216 REINADO DE JESUCRISTO que encierran los misterios adorables de Cristo crucificado y de su adolorida Madre. Llámase el cristiano hombre de Cristo, señala- do en el santo Bautismo con el signo de la Reden- ción; lavado del pecado en las corrientes vivifi- cadoras que brotaron de la Cruz, y de las que re- nace a nueva vida, como enseña S. Pablo, imitan- do la vida inmortal con que Jesucristo salió triun- fante del sepulcro. Todos los otros Sacramentos nos son también administrados en nombre y con la señal de la Cruz; ella bendice nuestra vida en todas sus fases principales; lleyámosla en el alma y en el cuerpo como escudo poderoso de defensa contra los enemigos visibles e invisibles, y sella nuestras victorias en la vida y en la muerte. La Cruz de Cristo es insignia de autoridad espiritual, cuelga del pecho de los Pastores que gobiernan el reino de Jesucristo, corona los altares y los tem- plos; la Cruz, finalmente, es demostración de no- bleza, de heroísmo y de grandeza, aún en lo me- ramente humano, desde que adorna el pecho de los reyes y de los nobles; lo que antes de la muer- te de Jesús era ignominia se ha convertido en blasón de honor y en título de grandeza. Inspiración ha sido de lo alto el haber nuestro Santísimo Padre Pív XI persuadido al mundo católico a celebrar con pompa en este mismo año, en que él proclama oficialmente la Majestad Real de Jesucristo, el XVI centenario de la Invención de la Santa Cruz, para fijar bien en la inteligen- cia y en el corazón de los cristianos cuán unidas se hallan las grandezas de la Santísima Humani-
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