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212 LA SOLEDAD DE MARÍA Aprendamos, pues, de Jesús y de María la fór- mula exacta de la santidad; muramos a cuanto nos es individual y pueda ser obstáculo al logro del fin que Dios nos ha señalado, salvándonos, santificándonos, y salvando y santificando a cuantas almas Dios nos confía. Perdamos nuestra alma, como enfáticamente manda el Evangelio, para salvarla. Si esta inmo- lación, al desenvolverse en los azares de la vida produce dolores, desgarramientos y desolación, aceptémoslos generosamente; no fruetifica el gra- no de trigo si no cae en la tierra y en ella muere y se transforma. Vea cada uno las mortificaciones de sus gustos y afectos que le imponen sus debe- res cristianos, y sepa gozar cumpliendo la vo- luntad del Padre, aunque hubiera de .arrostrar la muerte. La actitud de María en su espantosa sole- dad, ante la ingrata maternidad con los asesinos de su Hijo, nos está diciendo que hay muertes que no tienen precio en la tierra, como la de Jesús; que hay vidas sacrificadas como la de María, cuyo valor se mide únicamente por el precio infinito de la Sangre divina y por la eterna vida que con ella nos mereció,

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