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DOLOR FECUNDO 207 aún los restos despedazados de la Víctima; reali- zando así por entero la sustitución aceptada al pie de la Cruz, con la sensación más triste de ab- soluta orfandad, precio de su maternidad para los hombres. ¡¡Angeles santos que presenciasteis la escena funeraria de aquella triste noche, que llorasteis la soledad de vuestra Reina, que visteis caer el he- lado rocío sobre la flor de la virginidad, decidnos lo que sufrió nuestra Madre!!! La mortecina luz de la luna ilumina apenas la montaña sagrada. Todo está consumado. Yace El sepultado en la roca; y María, lívida, demu- dada, macilenta, no llora ya; crucificada sin cla- vos ni cruz, se dispone a abandonar el Calvario. Parece que el firmamento quiere rasgarse de nue- vo al repetir el eco sus gemidos; las estrellas, en su vacilante titilar, parecen pupilas de serafines que lloran el crimen de los hombres. Sigamos tam- bién nosotros un poco más al lado de nuestra ado- lorida Madre, y probémosle que no sufrió en vano. Dolor fecundo ¡Oh, Madre mía! ¿No era bastante para pa- gar nuestras culpas la vida sin precio del Hijo de Dios e Hijo tuyo? ¿De qué sirve tu tremendo martirio? ¡¡Pobre Madre!! Dios que con poderosa ma- no te alzó sobre pedestal de gloria no igualada,

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