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| | | 206 LA SOLEDAD DE MARÍA El holocausto Pero ¿por qué no dejan a María tranquila y se van todos a la ciudad, confiando a Ella sola la guarda del tesoro sagrado? ¿No es su Madre? Los brazos de la Cruz disputáronle por unas ho- ras el derecho a sus abrazos maternales; ¿por qué intentan ahora sustituir, con el frío sepulcro, su cálido regazo materno. ..? ¡¡Dejadla!! podríamos gritar a los santos va- rones. Ella ha probado ser más fuerte que la muer- te. Dejadla por piedad, como David permitió a la infortunada Resfa cuidar los cadáveres de sus hijos sacrificados a Jehová por la matanza de Saúl en los Gabaonitas. De ese virginal regazo saltará otra vez vivo el Crucificado; no le deis otra sepultura, ni lo envolváis en otros lienzos, ni lo amortajéis con otras ligaduras. Cuando era niño no tuvo otra cuna que las blandas rodillas de esa mujer admirable, ni otros pañales que el tocado de esa Madre Virgen; sea, pues, Ella su único sepulcro, y su manto le sirva ahora de lien- zos, y sus brazos de ligaduras: retiraos delicada- mente; no la despertéis de su éxtasis de dolor, hasta que su divino Hijo despierte del sueño de la muerte, la mire con: sus dulces ojos, y la con- suele y la reviva! Era, no obstante, preciso cumplir la Ley. El cuerpo de Jesús debía ser encerrado en el hueco de una roca, y la Virgen Santísima debía consu- mar el holocausto entregando a la Justicia de Dios

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