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ÉXTASIS DE DOLÓR 205 ósculos, y... queda así suspensa en un hondo so- llozo, anudados su garganta y sus brazos; ¡muere porque no muere! Durante este cruel espasmo su pensamiento vaga febril en revuelto desaliño; evoca la figura de Jesús, tierno infantito, colgado amorosamente de su cuello y consagrándola con divinos ósculos. Leed en ese rostro de pálida azucena la tremenda amargura que la agobia; ved cómo apura hasta las heces el tósigo cruel que la envenena. Si Dios no la diera valor sobrehumano y resignación com- parable con sus atroces penas, allí muriera la Virgen. Vive, pues, y su heroísmo acabará por divinizar su dolor; y adora con intensa piedad a Jesús muerto, con más reverencia que aquélla con que lo adoraba cuando estaba vivo; es la Hos- tia Inmaculada; Ella lo sabe. Oficia de sacerdote como dueña única del tesoro con que se paga la redención del mundo. Desde ese momento siente transformarse su afecto maternal a Jesús en afecto maternal a los hombres; su conciencia va penetrándose de las responsabilidades aceptadas, y nace en su cora- zón virginal esa fruición que las almas sublimes experimentan por el sufrimiento; goza ya llo- rando, mientras veloces corren las horas de la tar- de, y la noche cubre a Hijo y Madre de negro manto. Entonces fué cuando los pocos amigos, testigos de aquella escena, se dispusieron a dar sepultura al Santo cadáver. me * e

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