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196 TRANSFIGURACIÓN DE LA VIRGEN El padre provee con su trabajo a las necesida- des de sus hijos, pero éstos las exponen a su ma- dre, como a la única que es capaz de conocerlas y remediarlas. Ella no se vale de su ascendiente sino para proteger, para amar, para sacrificarse. Para esto la dotó Dios de una abundancia de sen- timientos tales y tan exquisitos que constituyen lo íntimo de su naturaleza; hizo al instinto ma- ternal casi infalible; Mabre es la expresión cabal de la ternura, palabra mágica que evoca dulzuras incomunicables y lágrimas que embalsaman el corazón del hijo bueno, siempre, siempre; no le representa majestad y poder, como la palabra padre, sino abnegación, cariño, misericordia, abrigo, seguridad, paz. Levantad, pues, ahora esta admirable creación natural de la Bondad di- vina al orden sobrenatural; pensad en María, obra maestra del Amor divino para una materni- dad que trasciende de lo temporal a lo eterno, para amar siempre a Dios como a Hijo natural y a los hombres todos como a hijos adoptivos, y la veréis inundando la tierra y el cielo con dul- zuras exquisitas. María es para los hombres víneu- lo de unión con Jesús, canal de gracias celes- tiales, mediadora de perdones, amorosa defensa, razón última de confianza, blanda mano que nos lleva a Dios. La Redención es superabundan- te porque, además de otorgarnos perdón, nos dió Madre en cuyo regazo lloremos y en cuyos ojos veamos los de Dios desenojados. Somos hijos de esta Mujer fuerte, de esta Criatura admirable, de esa adolorida Madre; y antes que la hayamos diia.
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