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192 TRANSFIGURACIÓN DE LA VIRGEN. te, cuando lo veía niño; lleno de sabiduría, cuando sólo hablaba con infantiles caricias; Señor del cielo y de la tierra, cuando lo tenía obediente a sus maternales insinuaciones; pero ahora lo ve su- perior al torrente de iniquidad que, en vez de apa- gar su amor, lo aviva y lo enciende más. Ve que la montaña de negras calumnias es vencida por el peso de su eterna gloria. Las miradas de la Virgen, aguzadas por el dolor de la Madre, contemplan a Jesús más alto que los cielos, más grande que todas las iniquidades humanas; y, ante el horrendo es- tallido del odio universal, María siente que nace y se gigantiza en su espíritu un afecto sublime de amor, del que todos los transportes de los serafines no pueden dar pálida idea. Sin la reserva que le im- pone la voluntad de Dios a quien ama y por quien acepta el sacrificio, se arrojaría Ella al pecho del di- vino moribundo, y en ese incendio grandioso del Sol divino en su ocaso, que semeja colosal incen- sario ardiendo ante la Justicia eterna, María se consumiría como suavísimo aroma; y abrazada a la Víctima sagrada, se inmolaría arrebatada en afecto ternísimo de adoración y de compasión: los esbirros impíos que cercan el santo Altar no podrían detenerla, ni el mundo entero podría estorbarlo. Sorpresa filial He ahí el pecho de María abierto ahora a todo lo grande, a todo lo heroico. En ese pecho mater-

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