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* MOMENTÓ SUPREMO 191 deja ver allí en actitud sublime y heroica, inmóvil en su resignación y poseída totalmente de los de- signios de Dios ante el cruento Sacrificio de su Hijo. Mana la sangre gota a gota de cien heridas abiertas en las carnes de este Hijo suyo muy amado. Más que en el Santo Madero, Jesús está clavado en el corazón y en las pupilas de esa maravillosa Mujer que lo mira intensamente, pálido ya y des- figurado, moribundo, ahogándose en un mar de inmensas angustias. Oye en torno como rugido implacable de una tempestad de odios que arro- ja contra el crucificado blasfemias impías, crue- les sareasmos; todos le ultrajan a porfía; están poseídos de rabiosa impaciencia porque tarda mucho en morir; y cuando ven que ya agoniza, estallan en gritos de feroz alegría. En medio de ese exceso de barbarie sin ejemplo, la Virgen oye la voz amada de su Hijo que pide perdón a la eter- na Justicia en favor de sus verdugos. Quiere abra- zarlos, para eso está con los brazos extendidos. Pide que su muerte sea la absolución de los que se la dan tan cruel, y María se pasma a la vista de este contraste admirable, del odio insaciable y de la caridad sin límites; del furor satánico y de la superabundancia de bondad que cubre el eri- men más atroz cometido debajo del sol. María está en éxtasis fuera de sí misma; sufre, ama, adora, todas sus potencias parecen suspendi- das ante el acontecimiento cruel que le arrebata a su precioso Hijo, jamás le pareció más Dios que entonces; su instinto maternal lo adivinaba fuer-

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