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188 TRANSFIGURACIÓN DE LA VIRGEN le ha dicho: «Mujer, ahí tienes a tus hijos». Lla- mando luego a éstos, les ha mostrado a su Madre, cambiando así para siempre la posición de María respecto del mundo, revelándosela como la Mujer paradisíaca, inconfundible. Jesús moribundo, la ha transfigurado, y, transfigurada, ha sido reco- nocida solemnemente por el cielo, por la tierra y por los abismos. El momento fué sublime. Siempre que Jesús habló en público, lo hizo en su condición de Sal- vador del mundo; nunca lo hizo por intereses mezquinos o por asuntos pequeños y pasaje- ros, mi de personas particulares, si no era para apoyar en ellas intereses trascendentales; sus palabras eran de vida eterna, se ocupó prefe- rentemente en las cosas que eran de su Padre. Con mayor razón, las palabras que dijo en la Cruz deben tener un alcance universal que rebasarán los intereses del momento. Nadie mejor que su Santísima Madre sabía esto, porque lo sabía, había ella guardado siempre en su corazón las pa- labras de su Hijo como documentos de sabiduría y tesoros celestiales, aun cuando al parecer fueron menos halagadoras para ella, como en el templo de Jerusalén, como en las Bodas de Caná. Estas dos veces que habló Jesús en público con la Virgen la llamó muser: el ser su Madre era una circunstancia gloriosa, pero que no podía contener la soberana intención con que Jesús la hablaba; para el ministerio augusto de la Redención del mundo María es, respecto de Jesús, LA MUJER; es decir, algo más que su Madre carnal; es un ser
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