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LA ESPOSA DEL ESPÍRITU SANTO 187 Pocas horas faltaban para dejarla en este ingrato suelo: Jesús va a morir; se cumplieron todos los raticinios de los Profetas: consumóse toda la ma- licia de los hombres; terminaban también las au- gustas funciones maternales de María en la vida terrena de su Hijo. Este, entonces, muestra a los hombres la predestinación de aquella Mujer, y nos la adelanta como garantía de salvación y recon- ciliación; es la augusta Esposa del Espíritu San- to que abrigará en su regazo cuanto El ha de fe- cundar, que cuidará solícitamente cuanto El ha de crear y renovar sobre la tierra. Si en la Creación natural puso Dios a la madre junto a la cuna del niño, en la creación sobrenatural, atribuída al Es- píritu Santo, Jesús pone a María junto a la cuna de la Iglesia, y le anticipa un consuelo y Una ga- rantía de vida y de florecimiento. La Mujer y la Madre ¿Cómo se realiza este prodigio de amor? Esa criatura amable y llorosa que está en pie junto a la cruz cuando todos huyen, que no desmaya cuando los cielos y la tierra sufren quebrantos y convulsiones, y el sol apaga sus luces; esa Virgen nazarena que llegó hasta ahí, valerosamente sí, pero humillada, cubierta de ignominia como ma- dre del ajusticiado, befada con los escarnios que cubren a su Hijo, viuda ya y sola, lleva en su seno un mundo nuevo, Jesús le ha llamado al morir y
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