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UNA REVELACIÓN 185 muy amado» a quien todos deberían escuchar y seguir; pues, con todo eso, los suyos se avergon- zaron de El en el calvario sin acordarse del Tabor: pero allí está la Virgen fidelísima para dar testi- monio del divino Salvador. Ella había subido al calvario como había vivido siempre, totalmente desconocida, «ahora amargamente humillada: no había recibido aún pública consagración de su dignidad excelsa, ni sobre su frente virginal había descendido celeste resplandor que la de- signara como la Mujer prometida que cobijaría en su regazo a todos los redimidos; héla aquí trans- figurada; el Calvario es su Tabor; desde hoy queda indisolublemente unida al Sacrificio que salva al mundo, el dolor la ha transfigurado, los labios de su Hijo divino cárdenos y mudos ya, permanecen entreabiertos para dar a su Madre el último beso, mientras revela al mundo quién es Ella. En el Tabor habló el eterno Padre, y dijo: «Este es mi Hijo muy amado». En el Calvario habló el mismo Hijo soberano, y dijo: «He ahí a vuestra Madre». El mundo vió entonces, a la pálida luz del crepúsculo, a la Madre de Dios convertida en Madre de los hombres, distinguiéndola por un rayo de claridad melancólica que depositaron en su frente los ojos moribundos de Cristo. Miré- mosla bien; conozcamos a esa milagrosa criatura hecha para dar testimonio del amor de Jesús al mundo, después que el mundo lo erucificara y lo matara; Ella nos miraba desde el pie de la Cruz como sólo saben mirar las madres cuando lloran,

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