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184 TRANSFIGURACIÓN DE LA VIRGEN bre la dura tierra que recibió la Sangre de su di- vino Hijo. Ven y sube conmigo, lector amigo, al monte santo donde se ha consumado el sacrificio. Ese sagrado cuerpo colgado de tres clavos, plasmado fué por divino arte para la inmolación: la ex- quisita sensibilidad de sus miembros deriva de la sensibilidad de la madre venturosa que le dió el ser, fucundada por el Espíritu Santo: estaba ade- cuado para el dolor más que todas las otras cria- turas juntas: sus afecciones procedían vivas y pun- zantes del violento contraste de su naturaleza di- vina feliz e inmortal, con los espantosos tormen- tos que lo arrastraron hasta la muerte. Entre Jesús y María dábase una simpatía asombrosa como jamás la hubo entre madres e hijos: uníalos un amor incomparable, que sólo puede existir entre un Hijo Dios y una Madre Virgen; no ha- bía, pues, hipérbole ni exageración en la frase lapidaria del anciano Simeón, que María llevaba esculpida con fuego en sus fibras maternales; la misma espada que mató a Jesús traspasó el co- razón de María; los dos sufren con el mismo dolor; los dos están erucificados con los mismos clavos; el corazón de la Virgen palpita aún junto al santo madero de d nde penden los despojos sangrientos; nadie reconocería a la gran Víctima en ese cuerpo desnudo, afrentado, deformado, descoyuntado. En previsión de este trágico momento, Dios Pa- dre había hablado desde el cielo en el Jordán y en el Tabor, inundando a Jesús de radiante luz y de gloria hechizadora, señalándole como «Su Hijo
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