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LO QUE VIÓ LA MADRI 173 cómo, a semejanza de sierpe gigantesca, se retuerce sobre sí misma, se arremolina y levanta el polvo del camino envuelto con furores de odio y de muerte. Todos pugnan por contemplar el supli- cio del Profeta, desnudo ya junto al patíbulo. María subió también hasta allá; revuelta con aque- llas turbas de asesinos, logra ganarla montaña sa- grada; al fin ve a su Jesús; mas... ¡cielos! ¡qué vista tan lamentable! Allí está avergonzado, sin un harapo siquiera sobre sus desnudas y ensangren- tadas carnes: el frío hace estremecer aquel santo cuerpo afiebrado por el dolor. ¡Oh, Jesús mío. tan puro, tan honesto, tan bueno...! Madre. ...!! De pronto se produce un silencio temeroso; lue- go un ronco murmullo expresa la delirante impa- ciencia de las turbas por ver al crucificado; per- cíbense con toda claridad los golpes de martillo sobre hierro, madera y carne a un tiempo, y la santa Madre oye el siniestro rumor, pálida como azucena del valle, y tiembla convulsa como si los sayones clavaran en su pecho damasquinos puña- li Pobre les. Dirige allá su ardiente mirada, y ve cómo se alza en los aires la santa cruz, y en ella clavado y colgado su Hijo divino a la vista del mundo entero. Entonces la Virgen, sin desmayos ni so- llozos, acércase más al lugar del suplicio; nadie es capaz de estorbar su paso; llega al pie de la cruz, fría y blanca como el mármol, y al llegar allí, cae sobre sus entrañas maternales la mirada de Dios moribundo, desgarrándolas una a una; y bañada, inundada en aquella luz mortecina del

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