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EL BRAZO DE DIOS 171 apoyóse en María como sobre peña firme, sin contaminarse con los pecadores, y nos salvó. Y como si fuera menester marcar más la separa- ción entre el mundo pecador y Jesús y María, el mismo mundo hizo necio alarde de arrojarlos de su seno; los aborreció: y declaró a Jesús indigno de vi- vir; más indigno que el mayor facineroso; protes- tó clamorosamente que debía ser crucificado, que no quería ni verlo: recordad la canallesca escena ante el pretorio de Pilato. Así cumplieron a la le- tra lo que Jesús había pronosticado de sí y de ¡os suyos. «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo: pero como no sois del mundo, por eso os aborrece el mundo, como me aborrece a mí». Es- ta es la clave de todas las ignominias sufridas por Jesús en su vida, pasión y muerte; esta es la ra- zón histórica de las persecuciones contra la Igle- sia Católica, y ella esclarece maravillosamente la posición de la Virgen dolorosa en el momento de la Redención. Ahí está al margen del mundo de los prevaricadores. Cuando las pasiones de éstos estallaron contra el Justo, quedó María envuelta en los odios satánicos, fir- me como roca azotada por deshecho huracán, mientras el Brazo de Dios, la Humanidad sacro- santa se inmolaba en la carne virginal, y volcaba al mundo impío como potente palanca, lanzándo- lo en un platillo de la Justicia de Dios, quedán- dose El muerto y desangrado en el otro, pesando más que todos los crímenes de la tierra. «Fecit potentiam in brachio suo». ¿No había de participar María del honor del

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