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192 MARÍA, SIGNO DE REDENCIÓN Salvémonos por María Aunque sea pues a precio de la muerte de Je- sús, y del martirio incruento de su Divina Madre, ahí donde la vemos sola y desamparada, sentada junto al sepulero cerrado y perfumándolo con sus lágrimas, o bajando desolada del monte santo y recogida piadosamente en casa del discípulo amado, Ella ha sido puesta por Dios como señal y augurio de la redención de cada uno de noso- tros. Está señalada con un rayo de luz despren- dido de las pupilas del moribundo Redentor, para que nadie se dé por perdido en la noche obscura del pecado. Dios, que la hizo Madre del Autor de la gracia, la nombró también dispensadora de las gracias; dándole lo que es infinitamente más, no podía negarle lo que es menos; dándose El por María, don divino, fuente de todos los dones, quiere que todos éstos sean primero de su Madre que del mundo, y que Ella los distribuya a los elegi- dos. Esta es la suprema glorificación de Nuestra Santísima Madre, lo que la hace casi omnipoten- te, lo que la atrae desde las alturas de lo divino hasta ponerla en contacto con nuestras miserias y necesidades. ¡Y qué prodigiosa conmiseración se engendra de continuo en el Corazón de María ante los peligros y las caídas de los pobres hijos de Eva! Cuando piensa que fué necesaria la espantosa muerte de su Jesús para levantarnos y salvarnos; cuando recuerda las angustias indecibles que Ella sufrió
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