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AUGURIO DE GRACIA 159 Respecto de Dios, como hemos visto, la Virgen la comprobación victoriosa del poder de la sangre redentora y causa integral del mismo; pa- ra los hombres es garantía divina de la aplicación necesaria que individualmente han de recibir de los méritos de la Redención. Ya he indicado más arriba cómo los Apóstoles y discípulos, repuestos del pasmo que les produjo el fatal desenlace de la vida de su divino Maezs- tro, buscaron a la Virgen, humillados por su co- bardía, y esperando orientarse en la fe, en el ca- riño y en las palabras de aquella Santa Mujer, en la negra noche del fracaso en que se sentían en- vueltos. Así, sin saber aún las cláusulas del testamento de Jesús, cúmplenlo, cobijándose por instinto so- brenatural al amparo de la Santa Madre, a pe hallan penetrada de las palabras que desde la Cruz cayeron en su alma oprimida, envueltas en hieles amarguísimas, dispuesta a llevar a cum- plida ejecución su significado, y a declararse Ma- dre de los redimidos, para conservar fielmente la herencia de su amado Hijo. El día de la Encarna- ción concibió en su seno con Jesús a todos los hombres: el día de la Redención recibió en su re- gazo a todos los hombres para Jesús. María, que jamás había ignorado los pensa- mientos íntimos de su amado, que jamás había dudado de sus palabras, que jamás había descon- fiado de sus promesas, ni desmayado ante la per- secución, ni vacilado por el aparente fracaso, ni puesto pie atrás en el camino del tormento y de
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