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____ EL CORAZÓN DEL ELO 157 De esta sencilla consideración levantémonos a otra nacida lógicamente de ella y que justifica plenamente la devoción amorosa que profesamos a los dolores de María Santísima: estos fueron causa integrante de nuestra redención, no sola- mente porque la Virgen los ofreció al Padre en unión con los de Jesús, sino porque de hecho, fue- ron instrumento agudísimo de laceración que desgarró el Corazón de Cristo. La Pasión del Redentor se consumó, no sólo a fuerza de tor- mentos corporales, sino también concurriendo a ella las espantosas desolaciones y desfallecimientos de su alma ante el horror de los pecados del mun- do y la inexorable Justicia de Dios. El grito des- garrador que el desamparo de su Padre arrancó de los labios moribundos de Jesús, revela, en par- te, el misterio de su ininteligible tortura interior: ver a su Santísima Madre, desolada, agonizar al pie de la Cruz, soportando por junto en su co- razón todos los tormentos que El padecía en su cuerpo; verla humillada, señalada afrentosamen- te como la madre del malhechor ajusticiado, fué para Jesús un suplicio insondable que agobió su espíritu hasta que lo entregó- al Padre con la muerte. Si pues adoramos los clavos y la lanza y las espinas y la cruz que tocaron y penetraron la car- ne Santísima de la Víctima augusta, y porque fueron consagradas con la unción de la sangre preciosa que brotaba ardiente de cien heridas, ¿por qué no hemos de adorar y venerar en el Co- razón del divino Hijo la espada de dolor que- atravesó a María y laceró terriblemente su alma

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