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156 MARÍA, SIGNO DE REDENCIÓN —_ 3 Tuvo la Virgen capacidad de sufrir proporcio- nada al amor con que amaba a Jesús, amor ema- nado de su divina maternidad; en él tomó forma su dolor; éste fué puro y virginal como su amor. Cuando contemplamos, pues, a la Virgen en pre- sencia de Jesús crucificado, mirémosla crucifica- da también; no podía morir el Hijo sin producir en el corazón de la Madre un vacío mil veces más desolador que la misma muerte. Esta puso fin a los tormentos de Jesús y dió principio al tormen- to irremediable de María; Jesús era más necesario para la vida de María que el alma aprisionada en su purísimo cuerpo, soportando la vida mate- rial. Por eso la Iglesia aclama a María Reina de los mártires, aunque su cuerpo inmaculado no fué herido por el cuchillo del verdugo: fué su alma la sacrificada y exprimida con el peso de los “tor- mentos de su Hijo Dios. El Corazón del Hijo Mas, así como la Pasión del divino Redentor fué el instrumento de tormento para la adolorida Madre, el tormento espiritual de ésta amargó el Corazón del Hijo más de lo que nosotros podemos pensar. Si María sufrió lo indecible porque ama- ba a Jesús como nadie lo podrá amar, ¿quién po- drá siquiera barruntar la mortal angustia del al- ma de Jesús por lo que su Madre sufría, siendo el amor que la tenía como de Dios, sin medida?

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