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DIVINO ATORMENTADOR 155 Divino atormentador Los demás, aun siendo santos, llorando y su- friendo en este mundo, han llorado y sufrido por dolores propios, tribulaciones propias cristiana- mente ofrecidas a Dios; cuando la compasión por los tormentos de Jesús les arrancaba sus más valiosas lágrimas y oprimía sus espíritus, esta opresión y aquellas lágrimas eran alivio de su vi- da y bálsamo que suavizaba sus penas humanas. Pero la Virgen no experimentó jamás en su cora- zón un solo afecto agoísta; jamás padeció por co- sas propias ni en su cuerpo ni en su espíritu; todas sus penas tuvieron relación esencial, como de efecto a causa, con las de su divino Hijo: de modo que éstas, lejos de ser bálsamo para su corazón, amargaron toda su existencia, llevando en su co- razón una herida martirizante desde que sintió palpitar en su seno la vida de Jesús. De Dios pro- venía el padecer de la Virgen, y en eso se cifra la grandeza y la inmensidad de sus penas. Las criaturas, por mucho que hagan, no podrán jamás producirnos sino tormentos limitados, que, santificados por la gracia en su comienzo y por la población en su término, adquieren mérito infinito, valor de premio eterno. Pero a María no le afligía criatura alguna; Dios era quien la atormentaba: su dolor era como de Dios sin fon- do y sin orillas desde su punto inicial hasta”su punto terminal: venía de Dios y se sumergía en Dios,
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