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152 MARÍA, SIGNO DE REDENCIÓN mulados por la vergilenza y por el remordimiento, era preciso buscar la huella del abandonado Maestro: pero, ¿dónde dar con ella en la noche obscura de la muerte y sepultura de Jesús, que para ellos era el ruidoso fracaso del Reino terre- no, fraguado en su imaginación hebrea? Pronto vieron un punto luminoso y fijo por donde guiarse. Vivía la Madre del Crucificado; la Virgen transpasada de dolor tenía sin duda en su alma la explicación de la tragedia pasada: a Ella, pues, acudieron. El primero de todos y el más culpable, Pedro, cayó postrado a los pies de María, y en su regazo maternal derramó sus lá- grimas más amargas y más puras. En pos de Pedro van llegando los demás desertores, repues- tos apenas de su miedo; luego se vió en derredor de la Virgen Madre congregada la Iglesia vaci- lante, apoyada en sus manos y buscando la vida de la gracia y el perdón en la fuente misma donde Jesús recibió la vida, perdida en la Cruz para me- recer los perdones. En esa línea imborrable donde vemos colocada a la Virgen en el momento más terrorífico de to- dos los tiempos, permanece aun ante la mirada de Dios y de los hombres, como un signo de reden- ción y de misericordia, augurio de resurrección, guía indicadora del camino por donde se halla a Jesús. Tal es el tema que nos va a ocupar en esta lección: estudiar la posición de María en la obra de la Redención. Es una posición característica propia y privativa de la Madre del Redentor, eru-

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