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LA CAÍDA DE LA TARDE 151 adheridos fuertemente al suelo de la desolada campiña, cubierta de árboles tronchados por el vendaval. María, árbol robusto que produjo el fruto sazonado para la Redención, arraigada en las profundidades de Dios, queda en pie en medio del estrago; mustia sí y macilenta ante el cadáver destrozado de Jesús, pero firme y segura como la Cruz de donde cuelga. Desheredada parece y recogida por caridad en casa del discípulo amado, pero Ella es la here- dera del Reino ganado por su Hijo con sus tor- mentos y su muerte afrentosa: su nombre lleva- rán impreso en el alma los elegidos, y en ellos echará raíces eternas. Miradla: no hay quien responda en estos mo- mentos trágicos de la Obra del divino Maestro y Redentor: los discípulos andan dispersos como hojas secas que el viento de la persecución arras- tra en remolinos lejos del calvario; pero esta de- serción, ultrajante para el Maestro, aflictiva para la divina Madre, y vergonzosa para los pusiláni- mes discípulos, preparó el cumplimiento provi- dencial de un designio amoroso de Jesús para con María. Luego que los espantados fugitivos co- menzaron a reaccionar ante el silencio producido en derredor de la tumba del ajusticiado, recor- daron que toda aquella tribulación, aquellas afrentas, aquellos tormentos y aquella muerte habían sido pronosticados por Jesús en días de radiante gloria y clamorosa popularidad. Vol- viendo entonces sobre sus pasos comenzaron a desandar el camino de su indigna cobardía, esti-
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