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148 LA MADRE DE CRISTO lo que por nosotros padeció, El nos paga con uná fuerza capaz de allanar las más empinadas cum- bres, y suavizar los más ásperos caminos. Todo el secreto de esta fuerza prodigicsa está en vivir unidos a Dios, llenos de su amor y de su presencia, vacíos de la carga de las miserables cosas de la tie- rra que gravitan como plomo sobre las olas del espíritu, creado para lo que es eterno. Hemos podido vislumbrar en las páginas pre- cedentes cómo la criatura más buena y santa que pasó por la tierra, se alzó a lo divino caminando entre abrojos y espinas, unida al Salvador del Mundo. Avancemos ahora hasta verla en el punto cul- minante de su preciosa existencia, cuando Jesús perdía, entre horrorosas torturas" la vida que Ella le había dado. Veremos los quilates de san- tidad y grandeza por nadie igualados que María adquirió al pie de la Cruz, donde Dios la puso como ejemplar de las maravillas que El sabe hacer en las almas que se acomodan lealmente a todas las influencias de su amor creador y santificador. No hay lengua que sepa decir, ni pluma que pueda escribir la belleza moral y sobrenatural de la Dolorosa junto a la Cruz; intentemos, no obs- tante ello, esbozar algunos de los muchos lados que ese ideal ofrece a nuestra admiración.

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