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146 LA MADRE DE CRISTO giado? Ninguna otra criatura, ni todas juntas podían saciar la más natural de sus aspiraciones. Nadie ha experimentado en la tierra como la Vir- gen el vacío producido por la ausencia de Dios. Con esa sensación bajó María del Calvario: nin- guno de los que la rodeaban podía ACOMPAÑARLA; estaba sola, desolada, huérfana, con la más triste orfandad. «Muy avaro es, ha dicho un Santo, aquel a quien no basta Dios». Si Dios no llena todos los senos de nuestro corazón, es porque nos empeña- mos en llenarlos con cosas mezquinas, las cuales nos producen la impresión de una hartura conver- tida incesantemente en hambre. Pero la Virgen se sentía tan llena, tan colmada, tan feliz con su Jesús, que cuando le faltó, nada ni nadie podía ni siquiera disimular el vacío horroroso en que quedó sumido su magnánimo corazón. En esta augusta soledad compartió la divina Madre la pena del Hijo. Jesús en Getsemaní y en el Calvario se había sentido como desamparado de su Padre; había sufrido una tremenda soledad: y cuando con la muerte cesó esta pena y todos sus dolores, todavía la Virgen quedaba viva y soportando el desamparo más grande en que pue- de verse una criatura. Así pasó Ella por esa an- gustia con que Dios prueba a sus elegidos, acre- centando en ellos el hambre y la sed de verlo y poseerlo.

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