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ALTARES VIVOS 145 Tal será el resultado de nuestra comunión real y espiritual con la Víctima del Sagrario: atrave- semos las sagradas especies; no son ellas las que contienen el valor, ni la gracia, sino la augusta realidad de Cristo; el cual quiso formalmente que en la Hostia tuviéramos memorial y renova- ción perenne de su Pasión y muerte. Su carne sacrificada es la que inyectada en la nuestra la ha de santificar y hacerla dúctil a los movimien- tos del espíritu y a las impulsiones de la gracia. La soledad de Virgen Santísima Para poder calcular, aproximadamente siquiera, el inmenso vacío que María sintió en su Corazón cuando, muerto y sepultado Jesús, hubo de aban- donar el Calvario, necesitaríamos saber la capa- cidad prodigiosa de amar y de sentirse amada que Ella tenía, y constituía todo su destino. La Vir- gen había sido modelada en su cuerpo y en su espíritu de tal manera, que la necesidad de Dios, de su amor, de su presencia, de su posesión con- natural al alma, era sentida intensamente por su corazón de Madre; de suerte que sin Jesús no se concibe en la Virgen la más mínima parte- cilla de gozo sensible. La Virgen había nacido pa- ra amar a Dios y para sentirse amada de Dios: ¿qué violencia tan tremenda no produciría en aquella criatura seguir viviendo separada de quien formaba toda la razón de su ser privile-
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