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144 LA MADRE DE CRISTO tener aquella víctima augusta y la carga de todos los crímenes del mundo, podía ofrecernos el es- pectáculo único del dolor y de la expiación. Altares vivos Nosotros también, como la Virgen, recibimos todos los días en nuestro pecho la Carne y la Sangre inmolada en nuestros Altares. Necesita- mos los ojos, la fe, el corazón, el amor de María para sustentar el peso de tanta grandeza. Cuando el sacerdote saca la Sagrada Hostia del Taber- náculo, hagamos cuenta que descuelgan el cuerpo de Jesucristo de la Cruz y que nos preparamos, junto a Ella, para recibirle en nuestro pecho. Hagamos entonces lo que María: adoremos, ame- mos, lloremos, pesemos el mal del hombre y el amor de Dios, y así Jesús será para nosotros pren- da personal de redención. Porque para eso se quedó sacramentado, víe- tima perenne por los pecados del mundo. Nuestros ojos iluminados por la fe atraviesan los velos sa- cramentales que lo encubren, y vemos el prodigio de amor divino realizado en favor nuestro: el ano- nadamiento de Jesucristo, tanto y más que el qué contemplaron los purísimos ojos de María, reco- nociéndolo en aquel cuerpo horriblemente des- figurado que recibió en sus brazos y adoró con amor y dolor inefables. Así pudo Ella sentirse crucificada con Jesús. it
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